Mi padre nació en Duaca, un pueblecito que estaba para ese entonces como a un día en burro de Barquisimeto, en una fecha como hoy, 21 de enero de 1925, y lo fue todo: aunque su rasgo más distintivo fue su alegría, para él todo tenía un lado positivo, un chiste, una esperanza.
Desarrolló un talento increíble para contar historias, ese era su oficio y su forma. Su memoria increíble le permitía unir espacios inauditos del día a día con episodios remotísimos que traía en un chistar, con nombres, genealogías y anécdotas.
Arreglaba carros con una piedra, despertaba tarde, curaba todo con limonada, trabajaba mucho, amaba a los animales y tuvo cientos; jugaba al dominó, jamás habló mal de nadie, ni de las personas más infames, y tenía certeza de la virtud de sus amigos y la reconocía con una generosidad de las que ya no se encuentran.
Su plato favorito eran las arepas, era capaz de cambiarlas por el mejor platillo, lo simple lo hacía tan feliz. La ternura en papá, era una cuestión automática que revestía de un humor que entendí conversando con él apenas un año antes que muriera, cuando me contó de sus amores y me explicó con minucioso detalle porqué amaba tanto a Panchita, su única mujer y con la que me regaló cinco hermanos maravillosos que nos amamos y una casa increíble en la que apagó su mirada color miel hace 3 años.
Soñaba con llegar a los 100 como mi abuela, pero en el tiempo que vivió no perdió un solo día.
OPA, ese era su acrónimo, y lo llamábamos así familiarmente. Cuando llegó a la escuela y se dieron cuenta que era zurdo, algo inadmisible para la época, le amarraban el brazo para que aprendiera a escribir con la derecha y así aprendió, traumáticamente y con dolor, pero fue irónicamente su gran medio, escribió mucho y de todo, como periodista y como intelectual.
A los 19 viaja a Caracas, a terminar el bachillerato, con una mano adelante y otra en el corazón. Llegó al Liceo Andrés Bello y allí se enamora del lenguaje, de las buenas palabras de quien fue su profesor de Literatura Angel Rosenblat. Esa pasión lo acompañó hasta el último de sus días.
Y se hizo adeco
La llegada a Caracas fue dura, sin recursos, un buen hombre que trabajaba en los talleres de El Universal, le prestó unos cartones y lo dejó dormir en los talleres del periódico, luego le conseguiría un trabajo allí; corrector de pruebas, silla que dejaba libre, quien también fuera su gran amigo y colega, Oscar Guaramato.
Este señor, que lo había recibido y apoyado pertenecía a la incipiente Acción Democrática y por él OPA empieza a militar en la política y lo marcaría más tarde, en tiempos de dictadura con su otro apodo: El Compañerito.
Los adecos se llamaban entre si compañeros. Era una clave para que los agentes de la Seguridad Nacional identificaran a quienes pertenecían a este factor disidente, por lo que papá tuvo que empezar a llamar a todo el mundo de esta manera, compañerito, así lograba despistar a las grabaciones telefónicas que eran usuales en la época, ya se había iniciado como reportero en un periódico del partido llamado El País. Algunos cuentan que llamó de esa forma Pedro Estrada, terrible jefe del brazo policial de la dictadura una vez que los detuvieron e hicieron preso a Arístides Bastidas, el hombre no la tomó de buena gana y lo amenazó, quedó como una inmadura temeridad, que no contaba con gracia para el momento, ni luego, pero era congruente con la estrategia de llamar a todos así.
Aún vivía en El Pequeño Hotel, una pensión baja ralea que fuera su casa y la de muchos otros de los miles que venían a la capital buscando un mejor destino y lo consiguieron…
Luego ejerció por muchos años el periodismo: en el diario El Nacional hizo carrera por casi 20 años, luego la televisión y de nuevo a la tinta en El Universal, una vez más como jefe de redacción por casi 20 años mas. Fueron 77 años vinculados al periodismo, a la ética, al respeto al público y a la verdad.
Periodismo para vivir
Conoció el mundo y la naturaleza humana a través de su profesión, era agudísimo con las preguntas más simples. El ser reportero y más en los tiempos que lo fue, lo hizo tener que interpretar el mundo desde tantos ángulos. Lo llevó a Barcelona, como corresponsal de provincia, tenían que sacarlo de Caracas para protegerlo del la vorágine política y allí conoció a Panchita y se casó. Era el año de 1953.
De vuelta a ciudad y en plena dictadura, los periódicos tenían que crear contenidos, en tiempos de Pérez Jimenez, la censura era fuerte, así que se hizo cronista deportivo, de toros, de hipismo, de beisbol, de todos los deportes. Tuvo que inventar las crónicas de ajedrez y de dominó, no pasaba nada que se pudiera contar en el país.
El humor y la amistad
En uno de esos textos y en su buen humor, llamó al Dr. Simoza un prominente médico, “El Tigre de Carayaca”, y quedó para la historia. Como también recibir los primeros dibujos de su después muy querido Pedro Leon; le tocaba la delicada tarea de coordinar la legendaria página A4 de El Nacional, destinada a la opinión y allí quedaron sembrados para siempre esas caricaturas que bautizó Zapatazos.
Hizo gran amistad con Miguel Otero Silva. La ideología nunca fue una traba para hacer amigos: Héctor Mujica, Hector Stredel, Eleazar Díaz Rangel, Gilberto Alcalá, Guillermo Álvarez Bajares, Guillermo José Schael, Gregorio Salazar… tantos otros, eran sus hermanos y jamás compaginaron en ese tema, pero sí en ser familia. Forma parte de su legado.
Política para servir
Ya en venía trabajando el gremialismo, participó en la fundación del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, en la Asociación Venezolana de Periodistas, el Círculo de Periodistas Deportivos y en la política, en el Paro de la Prensa, del 1ro de enero de 1958 que marcó un hito importante en el fin de la dictadura de Perez Jimenez, el 23 de enero de ese año.
Vino la democracia, ganó Rómulo Betancourt, a quien admiró y quiso mucho, Rómulo le decía “periodista”, no lo llamaba por su nombre y lo convocaba los domingos por la tarde a que fuera a visitarle, a contarle lo que pasaba en el país y nunca le ofreció un cargo político. Papá tampoco lo aspiraba, o lo manifestó. Rómulo decía que era más importante que estuviera en el periódico; claro, había que tener a alguien de confianza en los medios. Era la visión del estadista.
Luego fue jefe de prensa en campañas presidenciales, con Gonzalo Barrios y con Piñerúa. En su actividad con el partido de quien fue siempre, para no contar los años, junto a Alirio Bolivar su jefe de prensa, a todos recibía con una carcajada y con alegría, esa era su distinción.
Siguió la vida y las complejidades de Venezuela, el gremio de periodistas necesitaba una expresión, la lucha política no cejaba en el país y desde lo laboral, estaba viniendo al país una migración importante de intelectuales sureños, de Chile, Argentina, Uruguay, que estaban desplazando a los periodistas del patio. Había que proteger el empleo de los comunicadores venezolanos, quienes se organizaron, promovieron la creación de una Ley y la fundación del Colegio Nacional de Periodistas. A papá le tocó el carnet número 2.
Su creatividad y breve tiempo en la Tv
Era increíblemente creativo, se inventó una marioneta para dar los reportes del tiempo en el Canal 8, lo llamó Valejuan, como el perro de la casa. Era una innovación para aquel 1973. Era el Jefe de información del un noticiero que se llamó El Observador Creole, era financiado por la petrolera y esa estación era privada, pertenecía a la familia Vollmer. Más tarde el Estado compraría el canal 8 y el Observador se fue con la empresa estadounidense como patrocinante a Radio Caracas Televisión.
De vuelta a la felicidad
La vida para Omar Pérez era simple, de alegría instantánea. Tenía una filosofía poderosa: “hay que ser feliz con lo que falta”. Siempre va a faltar algo y si condicionas a ese objetivo, cosa o logro el buen humor, estás fuñido.
Sólo entristeció tras la muerte de mamá, fueron 70 años de aventuras, de peleas de sonrisa y de entenderse en sus locuras, con un amor sometido a las mayores pruebas: la escasez, la enfermedad, los tiempos. Todo lo superó con una sonrisa.
La última anécdota con Panchita
Una mañana de julio, cuando llevaban a mamá a la cremación, luego de una terrible agonía, en la callecita que lleva a los jardines del cementerio, papá estaba paradito con su traje gris a la orilla de la vía, con unas sobrinas que le estaban ofreciendo empanadas. Se detiene la carroza y le digo al chofer:
—Compa, ve a ese señor de ahí, deténgase un momento y salúdelo. -, el conductor me complace y se detiene. Papá le contesta de inmediato:
—Compañerito, cómo está, qué vaina…
El conductor sonríe y sin escatimar los 96, raudo mi padre se monta en la carroza. Pide las empanadas y se las come con el conductor, contándose ambos lo que ocurría ese día. Cómo estaba la vida, del trabajo y seguro que de Panchita. Como si se conocieran de siempre, compartiendo un momento más de felicidad. Deben haber estado ahí unos 5 ó 10 minutos, quién sabe del tiempo, siempre es un instante, en el que puedes ser feliz con lo que te falta.
Que hermoso y sentido escrito en honor a tu padre
Caracho que bonito saber tantas anécdotas de tus padres🙏🙏🙏🙏 Dios te Bendiga!!!!🙏🙏🙏🙏
Fuimos muy buenos amigos en El Universal.A Omar Pérez le decíamos todos «el compañerito», por su afiliación política en AD. Nunca dejaba de reír a carcajadas,hasta en los momentos de «tensión laboral o editorial en el periódico».Le sabía la vida a todo el mundo en el quehacer periodístico y político.Al compadre Angel,el compañerito le decía «el Gabito» para echarle broma con Gabriel García Márquez. Fue un muy buen periodista y excelente Ser Humano. Mensaje de Wilfredo Mejías Zerpa